Tuesday, February 05, 2013

Saldo de cuentas



Este post intenta estrechar la mano de dos poetas que nunca pude saludar en persona, y agradecerles el lugar que han tenido en mi propia educación sentimental y poética. He rescatado aquí dos poemas: uno de Alí Chumacero —“A una flor inmersa” publicado en Páramo de sueños (1940)— y   uno de Rubén Bonifaz Nuño—“La flor”, publicado en Imágenes (1953)—. La cercanía de estos dos textos es evidente. No sería raro que el texto de Bonifaz fuera heredero directo del de Chumacero, y que ambos tengan un ascendente común. Hacer esta genealogía es un trabajo futuro. Lo que aquí quiero es saldar una cuenta pendiente con ambos autores y poner, tras sus poemas, un pequeño homenaje doble que les he hecho en mi Cuaderno de los sueños (2010). Sea esto un abrazo imposible, agradecido, desde este mundo al otro.







A una flor inmersa

                  Alí Chumacero


Cae la rosa, cae
atravesando el agua,
lenta por el cristal de sombra
en que su tallo ahoga;
desciende imperceptible,
clara, ingrávida, pura
y las olas la cubren, la desnudan,
la vuelven a su aroma,
hácenla navegante por la savia
que de la tierra nace
y asciende temblorosa,
desborda la ternura de su tacto
en verde prisionero,
y al fin revienta en flor
como el esclavo que de noche sueña
en una luz que rompa
los orígenes de su sueño,
como el desnudo ciervo, cuando la fuente brota,
que moja con su vaho la corriente
destrozando su imagen.
Cae más aún, cae
más allá de su savia,
sobre la losa del sepulcro,
en la mirada de un canario herido
que atreve el último aletazo
para internarse mudo entre las sombras.
Cae sobre mi mano
inclinándose más y más al tacto,
cede a su suavidad de sábana mortuoria
y como un pálido recuerdo
o ángel desalado
pierde una estela de su aroma,
deja una huella pie que no se posa
y yeso que se apaga en el silencio.







La flor

                   Ruben Bonifaz Nuño



A veces
Se aparece una flor en la más limpia
superficie del río.
Siente que el aire tiembla al recibirla,
adivina la luz, y en un profundo
ademan infinito se desnuda.

Barca nevada, tierna, perfectísima,
es el centro de todo. Necesaria
al agua que la ciñe,
y al cielo que la toca
y en ella nace como de una fuente.
Es la flor de un instante: sin futuro
y sin pasado, forma entre sus pétalos
el abismo de un presente inmóvil.

El blando,
el silencioso vientre primitivo
del agua la concibe
en la sencilla soledad del cauce.
Y el lugar que reconoce el movimiento
Sólo por el escalofrío
que estremece las aguas—si recuerdan
que arriba pasa el viento—, y por la angustia
del inconsciente roce de los peces,
en el filo de hielo de una hora
gime con un sacudimiento oscuro:
no sabe nada, y siente que ha brotado
el germen de la flor, como un latido
en sus entrañas solitarias.

Más tarde,
Sumida en sus opacas envolturas,
la flor germina misteriosamente,
sufre pacientemente y se prepara.
Glauco se tiende entre la flor y el cauce
el vinculo de un tallo, que la nutre
y la retiene;
que enciende en la futura flor el ansia
de un ángel en cadenas, que intentara
volar; triste canal que da la vida
para ser superado, que vencido
se rompe al fin, cuando casi madura
la flor ligera, lentamente,
sube tranquila hasta tocar el aire.

Entonces
va la flor desvistiendo su pureza.
Un pétalo tras otro va tendiendo
al abrazo del aire, al más exacto;
y al entregarse toda sintetiza
la belleza de todo y la transforma.
El balbuceante amor del ya olvidado
cauce, y el otro amor ya descubierto,
hacen de amor la flor recién abierta
que está inmóvil.  Eterna en el instante
inconcebible. Clara, muerta, sola.
Clara en la plenitud de la belleza;
muerta en soledad, pues no transcurre,
y sola en su quietud, porque es perfecta.










Canción

         Manuel Iris


A veces
uno de tus pies
decide ser un pétalo en el agua.

Desciende
con la misma lentitud
con que ha brotado el blanco
en el lirio de cristal

y toca el cielo,
el invertido cielo que se abre
para el vuelo de tu pie.

La inmóvil calma de su altura
en el espejo es otra y es la misma.

Entonces acontece,
reflejo y pétalo se acercan
hasta repetirse en ondas

mientras tu pie desciende
como tallo que se eleva
para alcanzar una secreta cúspide.

        Alguna vez el pétalo
.       ha domado la quietud:

Te he visto caminar sobre la superficie.




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