Sunday, September 19, 2010

Sentarse más cerca: Conversaciones con Enrique Lihn, por Pedro Lastra




Manuel Iris

Tomado de: Replicante





Y elocuente y lacónico uno y otro,
aquí en letras de molde quedarán
ambos grandes de acuerdo a su manera.
Carlos Germán Belli, En alabanza de Lastra y Lihn


A pesar de que no es la costumbre, quiero iniciar la presente reseña platicando un anécdota personal: hace un par de años, luego de un homenaje a su persona en la universidad de Pittsburg, y apenas un par de horas después de haberlo yo conocido, Pedro Lastra y otros poetas amigos suyos terminaron por tomarse un café. Yo, amigo de uno de los poetas, asistí al sitio de encuentro y estaba por tomar una silla un tanto lejana cuando Pedro Lastra me dijo —a mí, un estudiante reciente del doctorado, nada más—: “siéntate cerca, Manuel, para que escuches”. Tal fue el modo en que entendí el valor de una conversación que se da como un abrazo, y fue también la manera en que observé, por vez primera, la generosidad intelectual de uno de los interlocutores del libro que ahora reseño, y que es precisamente un libro de conversaciones, ahora entre Pedro Lastra y Enrique Lihn.
Sin duda ha sido esa misma generosidad la que ha hecho nacer la idea de crear un libro que es también una ventana a la amistad y conversaciones entre dos poetas fundamentales de la literatura chilena contemporánea. Digo esto porque si bien el libro busca y logra centrarse en la opinión de Lihn, termina siendo testimonio de la dialéctica entre dos mentes que conciben la poesía de distintas pero adyacentes, dialogantes formas. Además es un libro que, partiendo de ese intercambio entre Lastra y Lihn termina por esclarecer, de alguna manera, los diálogos que cada uno de estos poetas establece con la literatura y la vida.
Creo que la conversación trasciende a la entrevista por ser un género necesariamente personal, íntimo. Para ser verdadera, una conversación debe ser realizada entre amigos, enemigos o cómplices que no siempre están de acuerdo y que no pueden, como en todo intercambio verdadero, elaborar una coreografía verbal concertada desde antes, por mucho que se discurra sobre un tema específico. El diálogo no es, sino sucede.
Las páginas del libro que ahora reseño son, delante del lector, la realización de un diálogo erudito y todavía sabroso, natural. Las Conversaciones con Enrique Lihn, editadas por tercera vez, ahora por la Editorial Universitaria (Santiago de Chile) —luego de una primera edición mexicana (Xalapa, Veracruz 1980), y una segunda edición chilena (Santiago 1990)—, evidencian que los interlocutores se admiran y respetan mutuamente, al tiempo que tácitamente señala sus encontradas, a veces radicalmente, opiniones.
La lectura de estas conversaciones no solamente ayuda a saber cómo alguien escribió o vivió, sino también nos acerca a eso otro, tan caro para quien admira el pensamiento literario: cómo alguien leyó. Acaso sin querer Lastra y Lihn hacen un recuento de sus lecturas que, como catálogo, es impresionante pero podría no significar sino vastedad enciclopédica. Lo interesante, lo valioso es saber cómo han leído, porque en ese cómo está su aporte. Esa posibilidad de asomarnos a su cómo leer sin que sea el punto central de la conversación, es una de las más salientes virtudes del libro.
Acaso por tratarse de un volumen que busca fijar algo esencialmente efímero, las Conversaciones con Enrique Lihn se nos presentan ordenadas en diversos apartados, cuidando que el lector no se quede atrás en esta charla que avanza con su propio ritmo. El texto empieza con la llamada “Historia del método”, suerte de prólogo escrito a dos manos entre Pedro Lastra y Enrique Lihn, que explica no sólo la manera en que estos diálogos sucedieron sino la manera en que el libro ha sido concebido, escrito y ordenado. Como seguirá siendo hasta el final, esta obertura tiene un aire familiar y amistoso, y por ello el lector no puede sino sentirse testigo de una plática entre dos viejos amigos que lo comparten todo, o que comparten la poesía, que para ellos es todo.
Las siguientes secciones pretenden hablar sobre temas específicos siendo la verdad que, como en cualquier conversación, estos temas serán el punto de partida o de regreso hacia y desde varios otros senderos tocados tangencialmente.
Las primeras secciones tratan acerca de la vida y poesía de Enrique Lihn. Luego se habla de literatura en general. De estas otras partes una, titulada Borges: gran poeta y simple versificador, me llama poderosamente la atención no solamente porque soy un admirador confeso de la poesía borgiana, sino por el tono extremadamente natural, verdadero del diálogo que allí se presenta.
Antes de poner una cita que ejemplifique lo que menciono, digo cuales son los dos bandos enfrentados en este momento del libro: Pedro Lastra, mesurado y lacónico, valora y defiende la poesía de Borges frente a un Enrique Lihn elocuente y vivaz, que la desprecia. Parte del diálogo va así:

E.L. […] Decir que Borges no convence como poeta ha sido considerado una herejía, y yo he tenido discusiones amargas con algún amigo que defendía al Borges poeta autor de versos.
P.L. Entremos, pues, en esa materia. Hay poemas suyos que me atraen particularmente y que me llevan a valorar ciertos aspectos de Borges como poeta. Vamos a ver como se ordena esta defensa parcial, sí, pero dentro de esa parcialidad yo quiero hablar con algún fervor…
[…]
Encuentro allí un registro de ciertas virtualidades de la experiencia, literaria y no literaria, capaz de provocar resonancias en el tipo de lector que soy yo; un lector inclinado, por ejemplo, al disfrute de ciertas felicidades verbales, atento a las alusiones, a la exactitud de los desplazamientos del orden de la hipálage, a la proyección de las significaciones lograda en la más exigente condensación. Estas virtudes aparecen también en su prosa, pero sobre mí ejercen una atracción particular cuando aparecen en ese otro espacio regido por la medida y el ritmo.
[…]
E.L. Bueno, creo que estás haciendo un elogio muy peligroso para Borges el poeta; porque lo que nosotros debemos preguntarnos —y tú has dado una respuesta negativa—es hasta qué punto es legítimo y pertinente situar a Borges junto a los llamados fundadores de la poesía hispanoamericana moderna: Vicente Huidobro, Vallejo, Neruda y otros…yo pondría allí a la Mistral.
La discusión termina unas páginas después y los bandos siguen siendo los mismos. Los dos poetas toman postura y la defienden con afecto y profundísimo respeto. Nada pierde la amistad en ese desencuentro, y mucho gana el lector.
Para terminar esta reseña que es también una declaración de mi alegría por la re-edición de este libro personalísimo, quiero decir que, aunque centradas en la figura de Lihn, las conversaciones que ahora comento dan al lector la oportunidad de estar allí, en el silencio de ese que se sienta cerca en una mesa, para escuchar hablar a dos poetas que saben de su oficio y sus secretos.
Por supuesto, los lectores de Enrique Lihn verán en este libro un tesoro invaluable, puesto que abre una ventana hacia el espacio interno, ése que no es la biografía pero tampoco el texto inmanente, de este poeta fundamental. En general, guiadas por Pedro Lastra las Conversaciones con Enrique Lihn son una invitación abierta para acercar la silla. Son un acto de generosidad.

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